A
lo largo de la historia la humanidad ha padecido numerosas pandemias,
todas ellas devastadoras para el ser humano. Siempre con gran
sufrimiento y diezmando la población, de todas ellas el ser humano
va aprendiendo algo, modificando comportamientos y avanzando en la
ciencia.
Parecía
que con la vacuna de la viruela, pandemia que costó la vida a 300
millones de personas, ya ibamos venciendo estas enfermedades, pero
cuando llego el VIH cogió al ser humano fuera de juego. No sólo no
había vacuna para este virus, sino que era mortal para todo aquel
que se contagiara (vacuna que aún no existe, sólo hay un
tratamiento) Fallecieron del VIH de 28 a 30 millones de personas,
una pandemia de los años 90.
Ya
hubo otros coronavirus como MERS que se erradicaron con baja
mortalidad; el coronavirus actual, denominado Covid-19, es de gran
transmisión y muy letal para las pesonas mayores o con patalogias
previas.
En
España se cebó con las residencias de ancianos, esas generaciones
en las que muchos habían vivido una guerra, una posguerra con
hambruna, y una gran lucha para sacar a sus familias adelante.
Y
ahora al final del camino, sin miedo a la finitud, con sus rutinas
tranquilas, en sus mecedoras, sentados en sus bancos con amigos, con
sus conversaciones, sus paseos, sus juegos de cartas, etc... y sobre
todo con las caricias y mimos de sus familiares, de repente se
encuentran con el COVID-19, donde los que lo padecen se ven metidos
en una escena de angustia casi apocalíptica para ellos, en esas
urgencias abarrotadas, esas habitaciones plenas de aparatos y cables,
los sanitarios vestidos con esos trajes para ellos de astronautas (
el tema de los sanitarios sería otro artículo porque nos han dado
una lección de vida, han demostrado unas profesionalidad y amor y
cuidados al otro, está claro que es una profesion vocacional, vaya
mi admiración hacia ellos).
Este
es mi homenaje a los ancianos, y como a veces no hay palabras para lo
imposible, lo que no se puede describir, encuentro en esta poesía de Gustavo Adolfo Bécquer las
palabras que pueden decir lo que sintieron.
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
Rima
LXI:Al ver mis horas de fiebre. G.A.Bécquer